martes, 20 de agosto de 2013


Porque cuando me despierto del sueño comienzo la pesadilla intento permanecer más tiempo a tu lado, cuerpo inútil, centón humano, hecho de mujeres del pasado, de parecidos y contrastes, al que intento tocar mientras mi mano es mordida por el tiempo, que es todo el tiempo en estos segundos apenas que han pasado.

Todo este amor que me sobra, ¿ en qué parte de su ausencia se lo poso?

jueves, 15 de agosto de 2013

Llanes, 1987

No hace falta que alguien venga a convencerme de su existencia porque yo sé mejor que nadie que el paraíso existe y que se encuentra en la playa de Sorraos, concretamente en los veranos de finales de los ochenta. El paraíso tiene su espacio pero sobre todo tiene su tiempo.

Recuerdo la primera vez que fui a la finca de mis tíos a Barro, en Llanes, y a mi tía llevándome a conocer al hijo de una amiga suya, que era de mi edad. Cuando alguien de tu familia te lleva de la mano a conocer a otra persona sabes que nada puede salir mal. (Yo creo que mi vida sentimental es tan desastrosa porque me han dejado decidir a mí y escoger pareja es una decisión demasiado importante como para que me permitan tomarla a mí solo).

Cuando tienes diez años y es verano no tienes más horizonte que el que se pierde en el mar y cuando te encuentras con verdaderos amigos la vida se convierte en algo simple: ser feliz es inevitable. Si sale el sol, vas a la playa casi todo el día. Si no sale, te reunes en un banco. La ocupación principal consiste en hablar de todo, de nada, de cosas y en los tiempos libres andar en bicicleta.

Lo primero que recuerdo de ella fue verla asomar la sonrisa por debajo de la puerta antes de saber que pertenecía a mi nuevo grupo de amigos. Enseguida me sorprendí reconocíendo su manera de caminar, a lo lejos y entre la multitud, en la playa de Barro, a la que se une la playa de Sorraos cuando la marea baja.

A finales de los ochenta, la felicidad estaba cifrada en la sonrisa de Marta Tañón y yo, definitivamente, sabía leerla.

A ella acabo de verla por azar en una foto de facebook, veinticinco años después, y no la reconozco. En estos momentos estoy mirando en el espejo a un señor que dice ser yo, veinticinco años después, y no sé quién es. La próxima semana iré a la playa de Sorraos; ya no estará allí. Han desaparecido el móvil y los testigos y ha sido adulterada la escena del crimen. El tiempo es más tenaz y, como siempre, se ha salido con la suya.

martes, 6 de agosto de 2013

Me han cambiado el paso



Tengo una sensación extraña cuando pienso en mi vida: la de que siempre llego tarde cuando algo importante podría haberme sucedido y que siempre me voy cinco minutos antes de que me vuelva a suceder. De hecho, aún me sorprende encontrar aparcamiento alguna vez.

Me da la impresión de ir siempre detrás de mí, persiguiéndome, como si se me hubiese retrasado el reloj. Hasta en mis pesadillas aparezco caminando sin parar desde ningún sitio a toda prisa hacia ninguna parte. 

Con esta falta de sincronía con mi vida, al final me sucede con la felicidad lo que al protagonista de los tangos con las mujeres: que siempre se van con otro. Eso sí, nunca faltará gente que dirá que la felicidad se encuentra en disfrutar de los placeres pequeños. Yo los escucho como si acabase de bajar de una máquina del tiempo un vendedor de crecepelo a cantarnos las virtudes de la homeopatía psicológica.

La gente que te anima a disfrutar de los pequeños placeres de la vida es porque ya se ha saciado con los grandes o porque está frustrada por no poder alcanzarlos. Lo de los placeres pequeños es como lo de los que hablan del dinero y dicen que no da la felicidad, que nunca son pobres.

A mí que me den  los placeres como los chuletones, grandes, y la vida en su punto y a su hora.

domingo, 4 de agosto de 2013

Playas, qué lugares

Me gusta la playa de Salinas porque es como "el bar de los colegas" de cuando tenías entre 15 y 20 años, que no hacía falta llamar a nadie porque alguien habría y así, cada verano, cuando me siento flamenco, allá que me voy y me tiro duna abajo por la zona del Espartal, doy cuatro pasos y empiezo a hacer el suricato y a mover el cuello de un lado para otro hasta que en algún lado se agita una mano. En el peor de los casos no encuentro a nadie en ese momento porque se están bañando o paseando o andan tomando el sol picha arriba sin mirar a la gente que llega, que es de una falta de educación insufrible, pero a los amigos y a la familia se les quiere con sus defectos y, a veces, como a las novias: por sus defectos.

En la playa de Salinas se pueden hacer varias cosas: la primera de ellas es juntar cosas para decir sobre las guapas que están echadas tomando el sol en los alrededores para cuando las parejas se despisten o no estén lo suficientemente cerca para oírlas. 

La segunda es bañarte, que tiene su aquel, porque en el agua del Cantábrico metes un pie y se te congela el bigote. A esa característica se le añade el hecho del oleaje, que es un ver pasar, o un sufrir, una ola detrás de otra como si estuvieran viniendo hordas de vándalos y alanos con un hacha helada en mano.

La siguiente es levantar el pescuezo y opinar sobre la gente que pasa, con el análisis técnico y el funcional, como se hace en la Bolsa y ríete tú de Risto Mejide si es una mujer la que habla o de José Luis Vázquez si lo hace un hombre.

Luego está lo de pasear, que es exponerse a los ojos ajenos que me temo que ya ni miran. Antes llegabas a la playa y te arrancabas la ropa a toda velocidad y de ahí salía un cuerpo acorde a las tablas médicas y todo estaba tenso y en su sitio y la piel te brillaba como si te acabase de pulir y lustrar un limpiabotas de los de antes. Y, claro, salías a toda velocidad a pasear playa arriba y playa abajo. Luego un un día la vida se pone a correr detrás de ti agitando un montón de papeles que al final resulta que son las  facturas que dejaste sin pagar de joven y por mucho que corras siempre te acaba alcanzando y todo se empieza a joder. 

Llevo una parte importante de la playa de Salinas en el corazón y hoy me he traído otra aún más grande en la mochila. Tanta , me digo a mí mismo mientras extiendo medio Espartal sobre las baldosas de mi servicio, que me sorprende que aún haya playa a donde ir mañana.