miércoles, 24 de julio de 2013

Hay días en los que uno querría despertarse y que todo hubiese sido un sueño, como en Los Serrano. Y es que hay vidas que lo único que tienen en común con otras vidas es el nombre, de la misma manera que Los Serrano se dice que son la misma cosa que Los Soprano y se parecen lo mismo que Pitingo a Carlomagno.

Hay días en que uno se despierta y sucede todo lo contrario, que lo que soñó realmente es la vida y la vida es, de hecho, una pesadilla, como si el guionista de Los Serrano se hubiese fumado un canuto, estuviese en plena maratón de Pesadilla en Elm Street y ya no se acordase de su nombre.

Lo del despertarse y que todo haya sido un sueño es un mal recurso narrativo en la ficción porque sorprende lo mismo que el que nos digan que los padres son los reyes pero sería un excelente recurso en la vida real, una salida que en realidad sería más bien una entrada y un coger impulso porque lo que sí es seguro es que al final lo que te espera no es otro despertar y darte cuenta de que todo ha sido un sueño como en Los Serrano sino el fundido a negro de Los Soprano y necesitamos justificar de algún modo , como ellos, un mal final con al menos ocho temporadas excelentes. (Los Soprano, por cierto, esos sí que son los putos reyes y no los padres).

martes, 23 de julio de 2013


Pocas cosas hay tan desagradables como ver a un señor ya entrado en años echar mano a un manojo de hojas y  leer un discurso, lo cual denota falta de preparación y de respeto con un público que, por el contrario, se esforzará en dormir en silencio y educadamente hasta que le toque aplaudir, justo al final del último tosido.

Todo hombre, leyendo un discurso, sufre una regresión a la misa de domingo y tropieza constantemente con los versículos del Evangelio según Mateo. Yo he visto a algunos seguir el renglón con el dedo y lo único que faltaba era ver a la seño detrás corregir de cuando en cuando la lectura. 

La única persona que leyó correctamente los discursos(y con los papeles disimulados entre el mobiliario)  fue Nabokov pero yo estoy convencido de que era porque también escribía y leía en alto sus novelas, si no de qué iba a escribir Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta.

En realidad, la mayoría de la gente conoce sus discursos a medida que los va leyendo. A mí no me sorprendería escuchar a algún político decir "señorías, en relación con el proyecto de ley agropecuario quería referir al respecto que me cago en tu puta madr... ejem, disculpen (movida de papeles)". 

A la gente le escriben sus propios discursos y se van enterando de lo que piensan sobre las cosas a medida que los leen; es como si les escribiesen su propia vida y tuvieran que mirar en un papel para saber qué es lo que quieren ser. 

Los discursos, en realidad, sólo tenían que existir en las películas americanas color pastel con moralina de fondo, esas en los que el protagonista lee dos párrafos, titubea, alza la frente, mira al tendido y finalmente dobla todo, se lo enjareta en el bolsillo y se larga cualquier tontería como "que no te roben los sueños".

miércoles, 17 de julio de 2013


Dar un paso atrás, observarla mientras hace cualquier cosa y decir en voz baja "qué suerte tienes, cacho cabrón". El primer síntoma del amor, y el más importante, es la admiración.

domingo, 14 de julio de 2013


Escribo porque no tengo mujer ni hijos ni perro que me ladre y la última planta que tuve fue un cactus (y lo maté) ni tengo memoria ni vergüenza y soy tan pobre que sólo tengo imaginación y qué otra cosa puedo dar.

Escribo porque espero, o mientras espero, porque te espero y porque sabes que te espero y he decidido que estoy cansado de intentar llenar tu ausencia con toneladas de vacío.

Escribo con el convencimiento de que un día derribarás la puerta de mi casa de una patada, a lo Chuck Norris, llevando en la mano una caja de herramienta llena de sonrisas y que te alejarás dos pasos de mi vida para verla en perspectiva, con los brazos en jarras y bufando, justo antes de decir que esto es un desastre, que a saber quién ha hecho las reparaciones, que hay mucha tarea que hacer y que mejor ponerse manos a la obra.

Escribo para ti, pensando en ti y, escriba lo que escriba, escribo también sobre ti.

Escribo porque ya no sé dónde poner todos los momentos de complicidad que no hemos tenido.

viernes, 12 de julio de 2013


Sé que mañana sábado, a eso de las indeterminadas horas de la madrugada, estaré sentado en algún portal, con las manos sujetando los cuernos que no tengo y mirando a ratos al horizonte, presintiendo el futuro que me espera, a ratos el suelo, intentando encontrar la brújula que perdí en algún momento de mi vida. 

Los sábados son así: prometen pero no cumplen. Y ni siquiera todos: no hay nada más triste que salir un sábado que no promete, en el que saltas a la noche a jugar al empate y a perder tiempo, que en lugar de darte por vencido sujetándote la cabeza lo que realmente te apetece es agarrarte la espinilla y rodar un rato por el suelo pidiendo que expulsen a alguien (a quien sea, aunque sea de tu equipo)

La felicidad, como la fiesta, siempre está en otro lado, como en las noches de fin de año.

El problema se da al tener la sensación de vivir una vida que no te pertenece, una vida que se equivocó de camino en algún punto, así que a veces me descubro inventándome otra vida paralela y verosímil. Yo creo que en esto tiene que ver que mis hermanos son mucho mayores que yo y queme crié como un niño único pero, debido a su presencia intermitente y lejana, no tuve yo ocasión de inventarme amigos imaginarios, algo mucho más común, incluso preceptivo, para los hijos únicos de cuna, no de los sobrevenidos como yo. 

Dicho esto, yo siempre sentí la falta de un amigo o hermano imaginario, como un gemelo muerto antes de nacer y mucho más listo que yo, que tuviera las claves para responder a la mayoría de mis preguntas e intento compensar esa falta inventándome hijos imaginarios con mujeres conocidas en pasados rectificados y me imagino a mi mujer sonriendo y a mí no siendo tan desordenado y a mi hijo creciendo, saliendo vencedor en noches que cumplan, en las que la fiesta y su vida no sean las de otros.